sábado, 13 de abril de 2024

TOB - 2do Domingo de Pascua - Abriendo nuestras Puertas - Jn 20, 19-31


El miedo a lo que otros nos pueden hacer tiende a encerrarnos en nosotros mismos, a construir castillos y puertas más fuertes y a aislarnos más de los otros. 

Nos retiramos de las personas que nos hacen sentir incómodas y nos volvemos duros y lentos para abrirnos a quienes nos crítican y nos juzgan. Dudamos en  compartir nuestras ideas y planes con los que pensamos que no soportan tonterías. 

Casi siempre, el miedo a los demás nos puede retraer y encerrar en nosotros mismos atrofiando nuestro crecimiento. 


Los discípulos, que por el miedo de las autoridades judías se han encerrado en una habitación, se quedan allí a pesar de que una emocionada María Magdalena les anuncia que la tumba donde enterraron al Señor está vacía y que ellas lo han visto. 


Nada parece suficiente para superar su miedo. 
¿Piensan que les harían lo que hicieron a Jesús?

El miedo los auto-exilia en un escondite que parece seguro. Cuando el mismo Señor resucitado se les aparece a puertas cerradas, los saluda, se les acerca y les ayuda a superar su miedo todo cambia


Jesús los llenó de una nueva energía al soplar sobre ellos el Espíritu Santo. Reanima su esperanza y los libera de su miedo; y más aún, los envía a todo el mundo y les confía su misión. "Como el Padre me envió, también yo los envío", dijo. 

Por el poder del Espíritu vuelven a la vida y salen de su auto impuesta prisión a testimoniar al Señor resucitado. 

En los Hechos de Los Apóstoles, Lucas comparte la imagen de los discípulos reunidos, con miedo pero juntos. Describe una comunidad de creyentes, la iglesia, dando testimonio de la resurrección tanto de palabra como por la calidad de su vida.

Para los discípulos de hoy 
También a nosotros nos puede pasar lo que a los primeros discípulos, auto encerrarnos en nosotros mismos, a merced de los "golpes y flechas de la insultante fortuna" que debilita nuestro seguimiento comprometido del Señor. Como ellos, podemos caer en la tentación y renunciar a vivir profundamente nuestra fe. La auto conservación puede impedirnos hacer lo que somos capaces de hacer con ayuda del Señor. 

Las antiguas heridas que llevamos, las iniciativas que fracasaron hacen que dudemos en volver a intentarlo. Incluso cuando alguien parece lleno de entusiasmo y esperanza, como María Magdalena y nos propone hacer algo juntos, nos encogemos de hombros y les dejamos seguir adelante mientras que nosotros nos quedamos atrás para estar a salvo. 

El Evangelio nos indica una manera de salir de nuestro encierro autoimpuesto. Si la experiencia de la Magdalena no nos impacta, el Señor encontrará otro modo de entrar en nuestras vidas, llenarnos de nueva vida y energía para su servicio. No hay puertas ni corazones cerrados que puedan mantenerlo fuera, Él va a entrar al lugar de nuestro retiro para remover lo que no nos deja salir. 

Él solo necesita un poco de apertura de nuestra parte; aunque sea algún deseo de convertirnos en lo que estamos llamados a ser. El Señor resucitado siempre re-crea y nos renovará con su amor. Pascua es un tiempo para celebrar esa buena noticia.

Los discípulos no reaccionaron ante el entusiasmo esperanzador de María Magdalena que había visto al Señor. 

También Tomás estaba inconmovible e impasible ante el testimonio de los discípulos que le dijeron que también habían visto al Señor. Tomás era una tuerca aún más difícil de ajustar o aflojar que los otros discípulos. Era una de esas personas que insisten en que se cumplan determinadas condiciones antes de hacer un movimiento, "Si no veo, no creo."  Tal como lo hizo con los otros discípulos, el Señor se revela a Tomás en sus propios términos, se acomoda a las exigencias de Tomás y le dice: "Pon tu dedo aquí." Tomás, desarmado, cae en adoración; su miedo y duda chocan con una infinita comprensión y acogida.

El evangelio nos recuerda que el Señor nos encontrará donde quiera que estemos, aunque dudemos o nos escondamos. Él toma en serio todos nuestros temores y dudas y a pesar de ellas quiere revelarse para fortalecernos y enviarnos. Jesús actúa en nuestro propio terreno, sin importar que clase de terreno sea. Allí nos dirá la palabra adecuada según nuestro estado personal de mente y corazón. 

No tenemos que entrar en ningún lugar especial para que el Señor participe en nuestra vida, en nuestra historia. Él nos encuentra donde estemos, aún en el miedo o en la duda. En este tiempo de Pascua, oremos pidiendo apertura para recibir al Señor que viene a nosotros en las circunstancias concretas de nuestras propias vidas. Pidamos para que también nosotros podamos decir con Tomás: "¡Señor mío y Dios mío". Oremos también para que, como el Señor, recibamos a los demás donde están, en vez de hacerlo desde donde nos gustaría que fueran.
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - Ciclo B
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Primera lectura: Hch 4, 32-35
La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.
Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
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Salmo Responsorial: Salmo 117, 2-4. 16ab -15. 22-24
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. 
Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”.
Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
La diestra del Señor es poderosa, 
la diestra del Señor es nuestro orgullo.
No moriré, continuaré viviendo
para contar lo que el Señor ha hecho.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me abandonó a la muerte.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente.
Este es el día de triunfo del Señor: día de júbilo y de gozo.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
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Segunda lectura: 1 Jn 5, 1-6
Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios; todo el que ama a un padre, ama también a los hijos de éste. Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, pues el amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos. Y sus mandamientos no son pesados, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo. Porque, ¿quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios.
Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 20, 29

R. Aleluya, aleluya.
Tomás, tú crees porque me has visto.
Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.
R. Aleluya.
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Evangelio: Jn 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
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