domingo, 11 de febrero de 2024

TC - 2do Domingo de Cuaresma - Es maravilloso estar Aquí - Mc 9, 2-10

Decimos que Abraham estaba dispuesto a dejar ir lo más precioso para él, el único hijo de su vejez.
Al estar dispuesto a dejar que su hijo fuera hacia Dios, lo recibió de vuelta como un regalo.

Para muchos, ésta es una historia sorprendente y muy inquietante, porque representa a Dios pidiéndole a Abraham sacrificar su único hijo amado como un holocausto para Él. Mil años antes de Cristo, en la cultura de la época, no era raro que la gente sacrifique sus hijos a varios dioses.

Este pasaje muestra que el Dios de Israel no es como los dioses paganos. Si Abraham pensó que Dios le pedía sacrificar a su Isaac igual que los pueblos que adoraban a otros dioses, estaba equivocado. Dios no le pedía esto, sin embargo, la voluntad de dejar ir de Abraham eso que era más precioso para él ante el pedido de Dios, fue siempre una inspiración para el pueblo de Israel. Él ya había mostrado voluntad de dejar a su familia y su tierra natal mientras partía a una tierra desconocida en respuesta a la llamada de Dios y ahora entrega su único hijo.

La libertad de dejar ir
La iglesia primitiva entendió la relación entre Abraham e Isaac como una señal de la relación entre Dios el Padre y Jesús. Como Abraham, Dios estaba preparado para dejar ir lo que era más precioso para él, su Hijo divino, por amor a la humanidad. Dios estaba dispuesto a dejar que su Hijo asuma nuestra carne, con todos los peligros que eso conllevaba.

San Pablo se maravilla de esta generosidad de Dios, cuando escribe: "Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó para beneficio de todos". Dios permite que su Hijo precioso se uniera a nuestra humanidad a pesar de que terminó en el rechazo de Jesús por parte de su propio pueblo y, en última instancia, su crucifixión. Incluso después de que Jesús fue crucificado, Dios continuó dándoselo como Señor resucitado. Cuando Pablo contempla este amor de Dios por nosotros, formula la pregunta: "¿Con Dios de nuestro lado que puede estar en nuestra contra?" Si el amor de Dios por nosotros es tan grande y total, entonces no tenemos nada que temer de nada o nadie.

Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan a una alta montaña, y allí tienen una experiencia que les quita el aliento. Fue una experiencia tan preciosa que Pedro no pudo dejarla ir. Quería prolongarla por siempre, indefinidamente, por eso le dice a Jesús, 'Maestro. . . hagamos tres tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elías'. Pedro y los otros dos discípulos tuvieron una fugaz visión de la belleza celestial de Cristo, y no quisieron soltarla. La belleza atrae el ojo y el corazón; nos llama.

Sin embargo, Pedro y los otros tuvieron que dejar ir esta preciosa experiencia; solo fue pensada para ser momentánea. Además, la recibirán en la próxima vida como un regalo. Ahora, su tarea era escuchar a Jesús, 'Este es mi Hijo amado. Escúchenlo'. Si bien es cierto, Esa es nuestra tarea también. Hoy pasamos nuestra vida escuchando al Señor que nos habla en su palabra y en las circunstancias de nuestras vidas; al escucharlo nos preparamos para ese momento maravilloso cuando lo veremos cara a cara en la eternidad y finalmente podemos decir: "Es tan maravilloso estar aquí".
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - 2do. Domingo de Cuaresrma - Ciclo B
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Primera lectura: Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18 - "Yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia"
En aquel tiempo, Dios le puso una prueba a Abraham
y le dijo: "¡Abraham, Abraham!" Él respondió: "Aquí estoy".
Y Dios le dijo: "Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas;
vete a la región de Moria y ofrécemelo en sacrificio,
en el monte que yo te indicaré".

Cuando llegaron al sitio que Dios le había señalado,
Abraham levantó un altar y acomodó la leña.
Luego ató a su hijo Isaac, lo puso sobre el altar, encima de la leña,
y tomó el cuchillo para degollarlo.

Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo
y le dijo: "¡Abraham, Abraham!" Él contestó: "Aquí estoy".
El ángel le dijo: "No descargues la mano contra tu hijo,
ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios,
porque no le has negado a tu hijo único".

Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los cuernos en la maleza.
Atrapó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

El ángel del Señor volvió a llamar a Abraham desde el cielo y le dijo: "Juro por mí mismo, dice el Señor,
que por haber hecho esto y no haberme negado a tu hijo único, yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia
como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades enemigas.
En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras".
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Salmo Responsorial: Salmo 115, 10 y 15. 16-17. 18-19 / R. (Sal 114, 9) Siempre confiaré en el Señor.

Aun abrumado de desgracias, siempre confié en Dios.
A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos.
R. Siempre confiaré en el Señor.

 De la muerte, Señor, me has librado,
a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava;
te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. 
R. Siempre confiaré en el Señor.

 Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo,
en medio de su templo santo, que está en Jerusalén. 
R. Siempre confiaré en el Señor.
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Segunda Lectura: Rm 8, 31b-34 ¿quién estará en contra nuestra? 
Hermanos: Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?
El que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo, junto con su Hijo? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
Si Dios mismo es quien los perdona, ¿quién será el que los condene?
¿Acaso Jesucristo, que murió, resucitó y está a la derecha de Dios para interceder por nosotros?
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Aclamación antes del Evangelio: Mc 9,7
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: "Éste es mi Hijo amado; escúchenlo".
R.  Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Evangelio: Mc 9, 2-10 -  ¡Qué a gusto estamos aquí!
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia.
Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas,
con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra.
Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús:
"Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.

Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra,
y de esta nube salió una voz que decía:
"Éste es mi Hijo amado; escúchenlo". 

En ese momento miraron alrededor
y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto,
hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de 'resucitar de entre los muertos'.
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