El Calvario pone en alivio consolador la experiencia
de todos los que sufren, ya sea la pesadilla del dolor físico
o el trauma emocional de una pérdida significativa
o la perspectiva de una muerte inminente.
Jesús lucha por aceptar la realidad de su situación,
refleja cada experiencia humana de sufrimiento y pérdida
y nos abre a la complejidad y confusión
de las emociones que acompañan a todos aquellos
atrapados en la estela del dolor, la pérdida y la muerte.
En nuestros días, los que experimentan dolor y desolación
en cualquier forma, tanto en los hogares como en los hospitales, todos los que, como
María, están al pie de la cruz,
sentirán algo de la complejidad de las
emociones
que estuvieron presentes en el Calvario, vivirán la misma confusión, la desilusión, la desolación, la ira, el mismo reproche.
¿Cuántos, de hecho, este Viernes Santo, se harán eco del gran
lamento de Jesús cuando moría en la cruz: Dios mío, ¿qué me has hecho? Respóndeme?
Todos los que sufren en este Viernes Santo, todos los que
luchan por darle sentido a lo que, según cualquier estimación humana, parece
sin sentido, encontrarán un eco de su dolor en los sufrimientos de Jesús porque
la contradicción de la cruz es eso. representa los sufrimientos de Cristo,
continúa salvando, sanando y consolando.
Contemplar a Jesús en la cruz
brinda consuelo, resiliencia y fuerza a quienes
lo necesitan.
Y nos recuerda que es a través de su sufrimiento
que todos los seres humanos y
todas las cosas son redimidos en Él y por Él.
Contemplar a Jesús en la cruz, puede transmitirnos la dolorosa sensación
de que el poder, la presencia y la promesa de Dios
ahora nos son accesibles en nuestro sufrimiento y en nuestra necesidad.
Contemplar a Jesús en la Cruz nos recuerda que en nuestros cuerpos actuales,
frágiles y redimidos, llevamos el poder salvador de Dios. Besa la cruz el
Viernes Santo, no por Dios sino por ti mismo.
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Primera Lectura: Is 52, 13–53, 12
He aquí que mi siervo prosperará,
será engrandecido y exaltado, será puesto en alto.
Muchos se horrorizaron al verlo,
porque estaba
desfigurado su semblante,
que no tenía ya aspecto de hombre;
pero muchos pueblos
se llenaron de asombro.
Ante él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo
que nunca se les había contado
y comprenderán lo que nunca se habían imaginado.
¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado?
¿A quién se le revelará el poder del Señor?
Creció en su presencia como planta débil,
como una
raíz en el desierto.
No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún
aspecto atrayente;
despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento;
como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y
desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros
dolores;
nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y
humillado,
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por
nuestros crímenes.
Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus
llagas hemos sido curados.
Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno
siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la
boca,
como un cordero llevado a degollar;
como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la
boca.
Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién
se preocupó de su suerte?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo,
le dieron sepultura con los malhechores a la hora de
su muerte,
aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en
su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá a sus descendientes, prolongará sus años
y por medio de él prosperarán los designios del Señor.
Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con
sus sufrimientos
justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los
fuertes repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado
entre los malhechores,
cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió
por los pecadores.
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Salmo
Responsorial: Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (Lc 23, 46)
A ti, Señor, me acojo: que no quede yo nunca
defraudado.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
y tú, mi Dios leal, me librarás.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Se burlan de mí mis enemigos,
mis vecinos y parientes de mí se espantan,
los que me ven pasar huyen de mí.
Estoy en el olvido, como un muerto,
Como un objeto tirado en la basura.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Pero yo, Señor,
en ti confío. Tú eres mi Dios,
y en tus manos está mi destino.
Líbrame de los enemigos que me persiguen.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Vuelve, Señor,
tus ojos a tu siervo
y sálvame, por tu misericordia.
Sean fuertes y valientes de corazón,
Ustedes, los que esperan en el Señor.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
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Segunda Lectura: Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote,
que ha entrado en el cielo. Mantengamos firme la profesión de nuestra fe.
En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse
de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado
por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.
Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia,
para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento
oportuno.
Precisamente
por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas,
con
fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte,
y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo,
aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección,
se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
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Aclamación antes del Evangelio: Flp 2, 8-9
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Las narraciones de la pasión se proclaman en su
totalidad para que todos vean vívidamente el amor de Cristo por cada persona. A
la luz de esto, los crímenes durante la Pasión de Cristo no pueden atribuirse,
ni en la predicación ni en la catequesis, indiscriminadamente a todos los
judíos de ese tiempo, ni a los judíos de hoy. El pueblo judío no debe ser
referido como si fuera reprobado de Dios
o maldito, como si este punto de
vista se dedujera de las Sagradas Escrituras.
La Iglesia siempre tiene en mente que
Jesús, su madre María y los apóstoles eran todos judíos.
Como la Iglesia siempre ha sostenido,
Cristo sufrió libremente su pasión y muerte
a causa de los pecados de todos, para
que todos pudieran ser salvados.
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N. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos
al
otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto,
y entraron allí él y sus discípulos.
Judas, el traidor,
conocía también el sitio,
porque Jesús se reunía a menudo allí con sus
discípulos.
N. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y
guardias
de los sumos sacerdotes y de los fariseos
y entró en el huerto con
linternas, antorchas y armas.
N. Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se
adelantó y les dijo:
† “¿A quién
buscan?”
N. Le contestaron:
S. “A Jesús, el nazareno”.
N. Les dijo Jesús:
† “Yo soy”.
N. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra.
N. Jesús les volvió a preguntar:
† “¿A quién buscan?”
N. Ellos dijeron:
S. “A
Jesús, el nazareno”.
N. Jesús contestó:
† “Les he dicho
que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan”.
N. Así se cumplió lo que Jesús había dicho:
‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.
N. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un
criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba
Malco.
N. Dijo entonces Jesús a Pedro:
† “Mete la espada
en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”
N. El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a
Jesús,
lo ataron y lo
llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás,
sumo sacerdote
aquel año.
N. Caifás era el que había dado a los judíos este
consejo:
‘Conviene que muera un solo hombre por el
pueblo’.
N. Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús.
Este discípulo
era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús
en el palacio
del sumo sacerdote,
mientras Pedro
se quedaba fuera, junto a la puerta.
Salió el otro
discípulo, el conocido del sumo sacerdote,
habló con la
portera e hizo entrar a Pedro.
N. La portera dijo entonces a Pedro:
S. “¿No
eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”
N. Él dijo:
Pe. “No lo
soy”.
N. Los criados y los guardias habían encendido un
brasero, porque hacía frío,
y se
calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
N. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su
doctrina.
Jesús le contestó:
† “Yo he hablado
abiertamente al mundo
y he enseñado
continuamente en la sinagoga y en el templo,
donde se reúnen
todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me
interrogas a mí? Interroga a los que me han oído,
sobre lo que
les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.
N. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús,
diciéndole:
S. “¿Así
contestas al sumo sacerdote?”
N. Jesús le respondió:
† “Si he faltado
al hablar, demuestra en qué he faltado;
pero si he
hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”
N. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo
sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le
dijeron:
S. “¿No eres tú
también uno de sus discípulos?”
N. Él lo negó diciendo:
Pe. “No lo
soy”.
N. Uno de los
criados del sumo sacerdote, pariente de aquel
a quien Pedro
le había cortado la oreja, le dijo:
S. “¿Qué
no te vi yo con él en el huerto?”
N. Pedro volvió a
negarlo y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al
pretorio.
N. Era muy de
mañana y ellos no entraron en el palacio
para no
incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
N. Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y
les dijo:
Pi. “¿De qué acusan a este hombre?”
N. Le contestaron:
S. “Si
éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”.
N. Pilato les dijo:
Pi. “Pues llévenselo y júzguenlo según su
ley”.
N. Los judíos le respondieron:
S. “No
estamos autorizados para dar muerte a nadie”.
N. Así se cumplió
lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a
Jesús y le dijo:
Pi. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
N. Jesús le contestó:
† “¿Eso lo
preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”
N. Pilato le
respondió:
Pi. “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí.
¿Qué es lo que has hecho?”
N. Jesús le contestó:
† “Mi Reino no es
de este mundo.
Si mi Reino
fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado
para que no
cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
N. Pilato le dijo:
Pi. “¿Conque tú eres rey?”
N. Jesús le contestó:
† “Tú lo has
dicho. Soy rey.
Yo nací y vine
al mundo para ser testigo de la verdad.
Todo el que es
de la verdad, escucha mi voz”.
N. Pilato le dijo:
Pi. “¿Y qué es la verdad?”
N. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban
los judíos y les dijo:
Pi. “No encuentro en él ninguna culpa. Entre
ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que
les suelte al rey de los judíos?”
N. Pero todos ellos gritaron:
S. “¡No, a
ése no! ¡A Barrabás!” (El
tal Barrabás era un bandido).
N. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar.
N. Los soldados trenzaron una corona de espinas,
se la pusieron en la cabeza,
le echaron
encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían:
S. “¡Viva
el rey de los judíos!”,
N. y le daban de bofetadas.
N. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
Pi. “Aquí lo traigo para que sepan que no
encuentro en él ninguna culpa”.
N. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de
espinas y el manto color púrpura.
N. Pilato les
dijo:
Pi. “Aquí está el hombre”.
N. Cuando lo
vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron:
S. “¡Crucifícalo,
crucifícalo!”
N. Pilato les dijo:
Pi. “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en
él”.
N. Los judíos le contestaron:
S. “Nosotros
tenemos una ley y según esa ley tiene que morir,
porque
se ha declarado Hijo de Dios”.
N. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó
aún más,
y entrando otra
vez en el pretorio, dijo a Jesús:
Pi. “¿De dónde eres tú?”
N. Pero Jesús no le respondió.
N. Pilato le dijo entonces:
Pi. “¿A mí no me hablas?
¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”
N. Jesús le contestó:
† “No tendrías
ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto.
Por eso, el
que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.
N. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo,
pero los judíos gritaban:
S. “¡Si
sueltas a ése, no eres amigo del César!;
porque
todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”.
N. Al oír estas
palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal,
en el sitio que
llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata).
N. Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
N. Y dijo Pilato a
los judíos:
Pi. “Aquí tienen a su rey”.
N. Ellos gritaron:
S. “¡Fuera,
fuera! ¡Crucifícalo!”
N. Pilato les dijo:
Pi. “¿A su rey voy a crucificar?”
N. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. “No tenemos más
rey que el César”.
Entonces se lo
entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz
se dirigió
hacia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota),
donde lo
crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús.
Pilato mandó
escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito:
‘Jesús
el nazareno, el rey de los judíos’.
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los
sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S. “No escribas: ‘El rey de los
judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Soy rey de los judíos’ ”.
Pilato les contestó:
Pi. “Lo escrito, escrito
está”.
Cuando crucificaron a Jesús, los soldados
cogieron su ropa e hicieron cuatro partes,
una para cada soldado, y apartaron
la túnica.
Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo.
Por eso se dijeron:
S. “No la rasguemos, sino echemos
suertes para ver a quién le toca”.
Así se cumplió lo que dice la Escritura:
Se repartieron mi ropa y echaron a
suerte mi túnica.
Y eso hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la
hermana de su madre,
María la de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a su
madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre:
† “Mujer, ahí está tu hijo”.
Luego dijo al discípulo:
† “Ahí está tu madre”.
Y desde aquella hora el discípulo se la llevó
a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo
había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura dijo:
† “Tengo sed”.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Los
soldados sujetaron una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús
probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entregó
el espíritu.
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Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
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Entonces, los judíos, como era el día de la
preparación de la Pascua,
para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado,
porque aquel sábado era un día muy solemne,
pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro
de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús,
viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza
e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su
testimonio es verdadero
y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura:
No le quebrarán ningún hueso;
y en otro lugar la Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron.
que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos,
pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús.
Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a
verlo de noche,
y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús
y lo
envolvieron en lienzos con esos aromas,
según se
acostumbra enterrar entre los judíos.
Había un huerto
en el sitio donde lo crucificaron,
y en el huerto,
un sepulcro nuevo,
donde nadie
había sido enterrado todavía.
Y como para los
judíos era el día de la preparación de la Pascua
y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a
Jesús.
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Oración (No se dice: Oremos)
Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu misericordia son eternas,
santifica a tus hijos y protégelos siempre,
pues Jesucristo, tu Hijo, en favor nuestro
instituyó por medio de su sangre
el misterio pascual.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R/. Amén.
O bien:
Oh
Dios, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro,
por medio de su pasión ha destruido la muerte
que, como consecuencia del antiguo pecado,
a todos los hombres alcanza.
Concédenos hacernos semejantes a él.
De este modo, los que hemos llevado grabada,
por exigencia de la naturaleza humana
la imagen de Adán, el hombre terreno,
llevaremos grabada en adelante,
por la acción santificadora de tu gracia,
la imagen de Jesucristo, el hombre celestial.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
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(La reflexión de hoy fue adaptada de una reflexión del Viernes Santo de Brendan Hoban)
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