sábado, 13 de enero de 2024

TOB - 2do Domingo - Conozco tu nombre y te llamo - Jn 1, 35-42

Primera lectura:1 Sm 3, 3b-10. 19
Salmo Responsorial: Salmo 39, 2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10
Segunda Lectura: 1 Cor 6, 13c-15a. 17-20
Aclamación antes del Evangelio: Jn 1, 41. 17
Evangelio: Jn 1, 35-42

 Recordar los nombres de todas las personas, puede ser un gran problema. Podemos recordar a la persona como un individuo, pero el nombre se nos escapa. Nos gusta ser reconocidos por nuestro nombre; si lo olvidan, golpea nuestro orgullo.

Lo bueno es que no importa cuántas veces se les olvide, Dios nos conoce por nuestro nombre, totalmente, íntimamente, siempre. Como las aves del cielo, los peces del mar y todas las cosas creadas, estamos siempre en la mente de Dios, bajo su cuidado (Mt 10:29). Hasta la persona insignificante para otros, el nacido perdedor que vive en las sombras de la depresión; son preciosos a los ojos de Dios, tal vez más preciosos de lo que nadie pueda imaginar. 

Samuel representa a las personas pequeñas y olvidadas. Es solo un niño, sin grandes ilusiones, un sirviente y aprendiz del anciano Eli; dormía por la noche en una pequeña habitación como la sacristía de los monaguillos, en el santuario religioso de Israel. 

De repente, en medio de la noche, oye que Dios lo llama por su nombre; Samuel llega a reconocer que el llamado proviene de Dios, y no del sacerdote. Se somete Yahvé de alma y corazón para escuchar la palabra de Dios, al hacerlo, Samuel descubre su verdadero potencial, su nueva identidad, su papel importante en la vida. 

Algunos creen sentir un fuerte llamado al servicio pero que en realidad puede ser resultado de nuestra propia necesidad e inseguridad. La llamada puede ser ese eco falso de nuestros propios logros, fracasos, esfuerzos y ambiciones. El plan de Dios para nosotros apenas entra en escena o es descartado como demasiado incierto, demasiado "espiritual" y alejado de la vida cotidiana. 

La fe bíblica, insiste en que Dios nos llama para relacionarse con nosotros en el día a día, siempre ofreciéndonos la vida y exigiéndonos que vivamos nuestra vida dignamente ante sus ojos. 

"Te he llamado por tu nombre, eres mío". 
Para los cristianos, es la relación con Cristo nuestro Señor la que se encuentra en el corazón de nuestra identidad. No solo somos llamados por nuestro nombre a la amistad con Jesús, sino que nos convertimos en "miembros de su cuerpo", compartiendo su espíritu. 

Muchas veces, podemos probar el rico privilegio de pertenecer a Cristo cuando oramos y cuando servimos, aunque a veces caminemos y lo hagamos desde la oscuridad y el desánimo, seguimos atados a él sufriente, sirviente, gozoso y amante. El Espíritu que ilumina nuestra fe, nos da la certeza de que somos conocidos por Dios, que está llamándonos a la vida en abundancia, llamados a vivir a la altura del amor y la verdad establecidos por el Espíritu de Jesús. En los detalles ordinarios, con nuestra conducta, vivimos nuestra verdadera vocación cristiana; y solo tratando de vivir esa vocación somos dignos de nuestro nombre. 

Tarde o temprano, descubriremos nuestra completa identidad en la presencia de Dios, cuando esta vida termine y él nos llame por nuestro nombre en la próxima vida. Igual que los dos apóstoles que querían conocer mejor a Cristo, recibiremos la misma invitación: "Ven y verás".
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - TOB - 2do Domingo
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Primera lectura:1 Sm 3, 3b-10. 19
En aquellos días, el joven Samuel servía en el templo a las órdenes del sacerdote Elí. Una noche, estando Elí acostado en su habitación y Samuel en la suya, dentro del santuario donde se encontraba el arca de Dios, el Señor llamó a Samuel y éste respondió: "Aquí estoy".
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?" Respondió Elí: "Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte". Samuel se fue a acostar. Volvió el Señor a llamarlo y él se levantó,
fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?" Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte".

Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?"

Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven
y dijo a Samuel: "Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: 'Habla, Señor; tu siervo te escucha' ".
Y Samuel se fue a acostar.
De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: "Samuel, Samuel".
Éste respondió: "Habla, Señor; tu siervo te escucha".

Samuel creció y el Señor estaba con él. Y todo lo que el Señor le decía, se cumplía.
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Salmo Responsorial: Salmo 39, 2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10
Esperé en el Señor con gran confianza;
él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias.
El me puso en la boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz.
No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: "Aquí estoy ".
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

En tus libros se me ordena hacer tu voluntad.;
esto es Señor, lo que deseo tu ley en medio de mi corazón.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

He anunciado tu justicia en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios: tú lo sabes, Señor.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
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Segunda Lectura: 1 Cor 6, 13c-15a. 17-20
Hermanos: El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo.
Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder.

¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él.
Huyan, por lo tanto, de la fornicación. Cualquier otro pecado que cometa una persona, queda fuera de su cuerpo;
pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo.

¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?
No son ustedes sus propios dueños, porque Dios los ha comprado a un precio muy caro. Glorifiquen, pues, a Dios con el cuerpo.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 1, 41. 17
R. Aleluya, aleluya.
Hemos encontrado a Cristo, el Mesías.
La gracia y la verdad nos han llegado por él.
R. Aleluya.
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Evangelio: Jn 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos,
y fijando los ojos en Jesús, que pasaba,
dijo: "Éste es el Cordero de Dios".

Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús.
Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían,
les preguntó: "¿Qué buscan?"
Ellos le contestaron:
"¿Dónde vives, Rabí?" (Rabí significa 'maestro').
Él les dijo: "Vengan a ver".
Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.
Eran como las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos
que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús.
El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (que quiere decir 'el Ungido').
Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan.
Tú te llamarás Kefás"
(que significa Pedro, es decir 'roca').
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Oración de San Hilario
"Haz, Señor que me mantenga siempre fiel
a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración,
cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Que te adore, Padre nuestro,
y juntamente contigo a tu Hijo;
que sea merecedor de tu Espíritu Santo,
que procede de ti a través de tu Unigénito. Amén"

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