sábado, 30 de marzo de 2024

TOB - Domingo de Pascua, La Resurrección del Señor - Jn 20, 1-9

A cuarenta días de penas le siguen Cincuenta de alegrías

Después de cuarenta días de preparación, es decir de la cuaresma, ahora siguen cincuenta días para celebrar al Señor Resucitado. Por esta razón, hoy tenemos lecturas maravillosas para este tiempo. Comienza con la historia de la tumba vacía en el cuarto Evangelio, algo parecidos a los demás, pero a la vez muy diferente.

No hay palabras para describir la resurrección, este hecho supera toda palabra. Aunque esto trae zozobra, miedo y dudas, para los discípulos, la resurrección es una experiencia de revelación. En el Antiguo Testamento, estas reacciones se asocian a la revelación (Moisés), que fue también un acontecimiento perturbador. Es algo totalmente inesperado que viene de fuera de las personas y produce un cambio radical en sus vidas. Para los discípulos, la resurrección es una novedad total, una nueva creación, un nuevo comienzo.

El acto implícito pero dubitativo de la fe del discípulo amado se convierte en explícito y directo en el “vio y creyó”, lo mismo que pasa en el encuentro entre María de Magdala y Jesús resucitado.

Si prestamos la suficiente atención y tratamos de ver las cosas con una mente abierta, podemos aprender lo mismo de estos dos "encuentros": Que la fe en la resurrección es un asunto del corazón, más que de la cabeza.

Al encontrar la tumba vacía, María Magdalena corre a los apóstoles y los sorprende con la noticia. Que buena nueva tan inesperada y difícil de creer.

Juan es el único Evangelista que involucra directamente a los apóstoles en la constatación de que la tumba de Jesús estaba vacía.

Ellos constatan por sí mismos; no están allí ni Jesús ni ángeles para orientarlos sobre el significado de este gran acontecimiento.
Aun así, una gran alegría los invade en medio de su inicial confusión. El Discípulo Amado y Pedro vieron los lienzos sin el cuerpo dentro de la tumba vacía, pero fue él quien entendió lo que esto significaba: que Jesús había resucitado de entre los muertos!

A veces, cuando encontramos un paisaje tan impresionante y hermoso, nos quedamos como embobados. Emocionamos empezamos a tomar cuanta foto podemos para tratar de captar la visión, las emociones, la experiencia, y la maravilla de la vista. Pero cuando tratamos de explicar esto a nuestros amigos, es inútil esperar que sientan y se emocionen del mismo modo que lo hicimos nosotros ante tal maravilla. Ellos sólo lo entenderían si ven por sí mismos lo que yo vi. Para aquellos que no entienden, las palabras sobran, y para los que sí entienden, las palabras no son necesarias.

La lectura de la historia de la resurrección nos deja esa misma sensación. Es un hecho profundamente misterioso, es imposible capturar el impacto en los corazones de sus seguidores, ese primer día de Pascua. Este evangelio, es realmente una gran noticia, es atemporal y lo sigue siendo para aquí y ahora. Debe tratar de reflejarme en las personas de esta historia, debo tratar de meterme dentro de la historia que San Juan narra hoy.

¿Soy como Magdalena, que dio la noticia de la resurrección a los demás?
¿Soy como los apóstoles que responden de inmediato y corren hacia la tumba para ver por sí mismos.

El relato de la resurrección de Jesús, me conmuevo profundamente, me toca y atrapa una y otra vez. En nuestras oscuridades y desolaciones - todos tenemos alguna- cuando clamamos a Dios por ayuda, cuando gritamos desde el corazón: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" y leemos esta lectura, de veras entendemos que Dios ni se olvida ni nos abandona. Iluminados por esta luz victoriosa descubrimos que la hora más oscura es justo antes del amanecer.

Pongámonos en la mañana de Pascua, rodaron la piedra de la entrada de la tumba.
¿Puedo imaginar que a veces mi corazón es como una tumba en espera de la resurrección?
¿Puedo imaginar algo parecido a una piedra que me está frenando de disfrutar la vida en plenitud?

De repente es una adicción, una compulsión o algún secreto oculto y oscuro que nunca he compartido con nadie.
Podemos estar tan enfermos como oscuros son nuestros secretos. El Papa Francisco nos recuerda: "Estamos llamados a ser personas de esperanza gozosa, no profetas del juicio final!" Gracias a la resurrección de Jesús, todos podemos tener una alegría esperanzada, y estamos obligados a compartirla con el mundo.

Enamorarse de Dios
No hay nada más práctico
que encontrar a Dios.

Es decir, enamorarse
rotundamente y sin ver atrás.

Aquello de lo que te enamores,
lo que arrebate tu imaginación,
afectará todo.

Determinará
lo que te haga levantar por la mañana,
lo que harás con tus atardeceres,
cómo pases tus fines de semana,
lo que leas, a quien conozcas,
lo que te rompa el corazón
y lo que te llene de asombro
con alegría y agradecimiento.

Enamórate, permanece enamorado,
y esto lo decidirá todo.

(Atribuido a Pedro Arrupe, SJ 1907-1991)


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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - Ciclo B - Pascua de resurrección, Misa del Día


Primera lectura: Hch 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos.

Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos.

El testimonio de los profetas es unánime: que cuantos creen en él reciben, por su medio, el perdón de los pecados”.


Salmo Responsorial: Salmo 117, 1-2. 16ab-17. 22-23 / R. (24) Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya.
Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna.
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”.
R./ Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo.
No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho.
R./ Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya.
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente.
R./ Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya.


Segunda Lectura: Col 3, 1-4
Hermanos:
Puesto que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes se manifestarán gloriosos, juntamente con él.

O bien:
1 Cor 5, 6b-8
Hermanos:
¿No saben ustedes que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Tiren la antigua levadura, para que sean ustedes una masa nueva, ya que son pan sin levadura, pues Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado.

Celebremos, pues, la fiesta de la Pascua, no con la antigua levadura, que es de vicio y maldad, sino con el pan sin levadura, que es de sinceridad y verdad.

Secuencia
Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado, que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla,
y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta.

“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?”
“A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,
los ángeles testigos, sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea, allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos la gloria de la Pascua”.

Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia
que estás resucitado; la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate de la miseria humana
y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

Aclamación antes del Evangelio: 1 Cor 5, 7b-8a
R. Aleluya, aleluya.
Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua.
R. Aleluya.


Evangelio; Jn 20, 1-9
El primer día después del sábado,
estando todavía oscuro,
fue María Magdalena al sepulcro
y vio removida la piedra que lo cerraba.

Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.


Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de setiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.

viernes, 29 de marzo de 2024

TOB - Viernes Santo - Por Amor a Dios y a ti mismo - Jn 18, 1–19, 42.

El Calvario pone en alivio consolador la experiencia
de todos los que sufren, ya sea la pesadilla del dolor físico
o el trauma emocional de una pérdida significativa
o la perspectiva de una muerte inminente.
Jesús lucha por aceptar la realidad de su situación,
refleja cada experiencia humana de sufrimiento y pérdida 
y nos abre a la complejidad y confusión
de las emociones que acompañan a todos aquellos
atrapados 
en la estela del dolor, la pérdida y la muerte.

En nuestros días, los que experimentan dolor y desolación
en cualquier forma, tanto en los hogares como en los hospitales, todos los que, como María, están al pie de la cruz,
sentirán algo de la complejidad de las emociones
que estuvieron presentes en el Calvario, vivirán la misma confusión, la desilusión, la desolación, la ira, el mismo reproche.
¿Cuántos, de hecho, este Viernes Santo, se harán eco del gran lamento de Jesús 
cuando moría en la cruz: Dios mío, ¿qué me has hecho? Respóndeme?

Todos los que sufren en este Viernes Santo, todos los que luchan por darle sentido a lo que, según cualquier estimación humana, parece sin sentido, encontrarán un eco de su dolor en los sufrimientos de Jesús porque la contradicción de la cruz es eso. representa los sufrimientos de Cristo, continúa salvando, sanando y consolando.

Contemplar a Jesús en la cruz
brinda consuelo, resiliencia y fuerza a quienes lo necesitan.
Y nos recuerda que es a través de su sufrimiento
que todos los seres humanos y todas las cosas son redimidos en Él y por Él.
Contemplar a Jesús en la cruz, puede transmitirnos la dolorosa sensación
de que el poder, la presencia y la promesa de Dios
ahora nos son accesibles en nuestro sufrimiento y en nuestra necesidad.
Contemplar a Jesús en la Cruz nos recuerda que en nuestros cuerpos actuales, frágiles y redimidos, llevamos el poder salvador de Dios. Besa la cruz el Viernes Santo, no por Dios sino por ti mismo. 

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Primera Lectura: Is 52, 13–53, 12

He aquí que mi siervo prosperará,
será engrandecido y exaltado, será puesto en alto.

Muchos se horrorizaron al verlo,
porque estaba desfigurado su semblante, 
que no tenía ya aspecto de hombre;
pero muchos pueblos se llenaron de asombro.
Ante él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo que nunca se les había contado
y comprenderán lo que nunca se habían imaginado. 

¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado?
¿A quién se le revelará el poder del Señor?
Creció en su presencia como planta débil,
como una raíz en el desierto.
No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente;
despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento;
como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado. 

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados. 

Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca,
como un cordero llevado a degollar;
como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. 

Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo,
le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte,
aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. 

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá a sus descendientes, prolongará sus años
y por medio de él prosperarán los designios del Señor.

Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos
justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
 

Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado entre los malhechores,
cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores.

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Salmo Responsorial: Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (Lc 23, 46)

A ti, Señor, me acojo: que no quede yo nunca defraudado.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
y tú, mi Dios leal, me librarás.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Se burlan de mí mis enemigos,
mis vecinos y parientes de mí se espantan,
los que me ven pasar huyen de mí.
Estoy en el olvido, como un muerto,
Como un objeto tirado en la basura.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.


Pero yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios,
y en tus manos está mi destino.
Líbrame de los enemigos que me persiguen.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo
y sálvame, por tu misericordia.
Sean fuertes y valientes de corazón,
Ustedes, los que esperan en el Señor.
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
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Segunda Lectura: Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote,
que ha entrado en el cielo. Mantengamos firme la profesión de nuestra fe.
En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse
de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado
por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.
Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia,
para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.

Precisamente por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas,
con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte,
y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo,
aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección,
se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
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Aclamación antes del Evangelio: Flp 2, 8-9

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Las narraciones de la pasión se proclaman en su totalidad para que todos vean vívidamente el amor de Cristo por cada persona. A la luz de esto, los crímenes durante la Pasión de Cristo no pueden atribuirse, ni en la predicación ni en la catequesis, indiscriminadamente a todos los judíos de ese tiempo, ni a los judíos de hoy. El pueblo judío no debe ser referido como si fuera reprobado de Dios

o maldito, como si este punto de vista se dedujera de las Sagradas Escrituras.
La Iglesia siempre tiene en mente que Jesús, su madre María y los apóstoles eran todos judíos.
Como la Iglesia siempre ha sostenido, Cristo sufrió libremente su pasión y muerte
a causa de los pecados de todos, para que todos pudieran ser salvados.
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Evangelio: Jn 18, 1–19, 42

N. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos
al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto,
y entraron allí él y sus discípulos.
Judas, el traidor, conocía también el sitio,
porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.

N. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias
de los sumos sacerdotes y de los fariseos
y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.

N.  Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo:
“¿A quién buscan?”

N. Le contestaron:
S. “A Jesús, el nazareno”.

N. Les dijo Jesús:
“Yo soy”.

N. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra.

N. Jesús les volvió a preguntar:
† “¿A quién buscan?”

N. Ellos dijeron:
S. “A Jesús, el nazareno”.

N. Jesús contestó:
† “Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan”.

N. Así se cumplió lo que Jesús había dicho:
     ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.

N. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco.

 N. Dijo entonces Jesús a Pedro:
† “Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”

N. El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús,
lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás,
sumo sacerdote aquel año. 

N. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo:
 ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.

N. Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús.
Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús
en el palacio del sumo sacerdote,
mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta.
Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote,
habló con la portera e hizo entrar a Pedro. 

N. La portera dijo entonces a Pedro:
S. “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”

N. Él dijo:
Pe. “No lo soy”. 

N. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío,
y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

N. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
† “Yo he hablado abiertamente al mundo
y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo,
donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído,
sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.

N. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole:
S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?”

N. Jesús le respondió:
† “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado;
pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” 

N. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”

N. Él lo negó diciendo:
Pe. “No lo soy”. 

N. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel
a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo:
S. “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?” 

N. Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio.

N. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio
para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.

N. Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:
Pi. “¿De qué acusan a este hombre?”

N. Le contestaron:
S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”.

N. Pilato les dijo:
Pi. “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”.

N. Los judíos le respondieron:
S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”. 

N. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
Pi. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

N. Jesús le contestó:
† “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”

N. Pilato le respondió:
Pi. “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí.
¿Qué es lo que has hecho?”

N. Jesús le contestó:
† “Mi Reino no es de este mundo.
Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado
para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.

N. Pilato le dijo:
Pi. “¿Conque tú eres rey?”

N. Jesús le contestó:
† “Tú lo has dicho. Soy rey.
Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

N. Pilato le dijo:
Pi. “¿Y qué es la verdad?”

N. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
Pi. “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”

N. Pero todos ellos gritaron:
S. “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!”  (El tal Barrabás era un bandido).

N. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar.

N. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza,
le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían:
S. “¡Viva el rey de los judíos!”,

N. y le daban de bofetadas.

N. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
Pi. “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”.

N. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.

N. Pilato les dijo:
Pi. “Aquí está el hombre”.
N. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron:
S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”

N. Pilato les dijo:
Pi. “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”.

N. Los judíos le contestaron:
S. “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir,
porque se ha declarado Hijo de Dios”.

N. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más,
y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
Pi. “¿De dónde eres tú?”

N. Pero Jesús no le respondió.

N. Pilato le dijo entonces:
Pi. “¿A mí no me hablas?
¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”

N. Jesús le contestó:
† “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto.
Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.

N. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!;
porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”. 

N. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal,
en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). 

N. Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. 

N. Y dijo Pilato a los judíos:
Pi. “Aquí tienen a su rey”.

N. Ellos gritaron:
S. “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!”

N. Pilato les dijo:
Pi. “¿A su rey voy a crucificar?”

N. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. “No tenemos más rey que el César”.

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz
se dirigió hacia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota),
donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús.
Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito:
‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’.

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S. “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Soy rey de los judíos’ ”.

Pilato les contestó:
Pi. “Lo escrito, escrito está”.

Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes,
una para cada soldado, y apartaron la túnica.
Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo.
Por eso se dijeron:
S. “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca”.
Así se cumplió lo que dice la Escritura:
Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica.
Y eso hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María la de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre:
† “Mujer, ahí está tu hijo”.
Luego dijo al discípulo:
† “Ahí está tu madre”.

Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura dijo:
† “Tengo sed”.

Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

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Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
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Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua,
para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado,
porque aquel sábado era un día muy solemne,
pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro
de los que habían sido crucificados con él.  Pero al llegar a Jesús,
viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza
e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero
y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura:
No le quebrarán ningún hueso;
y en otro lugar la Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea,
que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos,
pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús.
Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche,
y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús
y lo envolvieron en lienzos con esos aromas,
según se acostumbra enterrar entre los judíos. 

Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron,
y en el huerto, un sepulcro nuevo,
donde nadie había sido enterrado todavía.
Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua
y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.
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Oración (No se dice: Oremos)

Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu misericordia son eternas,
santifica a tus hijos y protégelos siempre,
pues Jesucristo, tu Hijo, en favor nuestro
instituyó por medio de su sangre
el misterio pascual.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R/. Amén.

O bien:

Oh Dios, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro,
por medio de su pasión ha destruido la muerte
que, como consecuencia del antiguo pecado,
a todos los hombres alcanza.
Concédenos hacernos semejantes a él.
De este modo, los que hemos llevado grabada,
por exigencia de la naturaleza humana
la imagen de Adán, el hombre terreno,
llevaremos grabada en adelante,
por la acción santificadora de tu gracia,
la imagen de Jesucristo, el hombre celestial.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

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(La reflexión de hoy fue adaptada de una reflexión del Viernes Santo de Brendan Hoban)

miércoles, 20 de marzo de 2024

TOB - Jueves Santo - Unirme al Jesús de la Última Cena - Jn 13, 1-15

Con el: "Hagan esto en memoria mía!", Jesús nos pide entender lo que "Esto" era y es hoy. ¿Pero, qué  pensaba al usar los símbolos del pan partido y la copa de vino compartida? Pensemos de manera nueva lo que significa para nosotros esa cena pascual.

La última cena se celebró dentro del marco de la cena de la Pascua judía (Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor.
De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua. Ex 12, 14).

En la primera lectura de esta noche, Éx 12, 1-8. 11-14, se explica el porqué de esta fiesta. Con  palabras y símbolos se quiere recordar el mayor acto salvador de Dios en el Antiguo Testamento, el éxodo de Egipto, que saca al nuevo pueblo de Dios de la esclavitud. Esta lectura nos muestra que, también para nosotros, Dios entra en nuestra vida para salvarnos y liberarnos de todo lo que nos oprime.

Si estamos "abiertos" a esta acción en nuestra vida personal y comunitaria, entonces estamos preparados para entender que la buena noticia, la definitiva obra salvadora de Dios se realiza en y por Jesucristo.

Reflexionemos en lo que San Juan llama la "hora" de Jesús. Es el punto culminante de su obra de salvación; el comienzo del nuevo éxodo, su paso de este mundo al Padre; la acción a través de la cual él abre nuestra existencia a una nueva relación entre Dios y los seres humanos. Cuando nos hacemos parte de este nuevo éxodo obtenemos nuestra liberación definitiva. El Cristo nos ayuda a liberarnos de la esclavitud a las cosas materiales y el interés mezquino y nos hace libres para amar generosamente a la manera de su Padre que originalmente nos creó a su imagen para ese propósito. A través de su amor sin límite, desde la totalidad de su corazón libre y desinteresado, Jesús venció todo egoísmo humano y, sobretodo, el pecado humano. Es precisamente este amor que el Padre nos dio y quiere que compartamos, ese es el corazón del éxodo de Jesús. Es este tipo de amor que se dona que Jesús quiere mantener vivo entre nosotros, si nos dejamos.

En la Última Cena con sus discípulos, Jesús anticipa su muerte por nosotros en la cruz y se da a sí mismo en los símbolos sacramentales del pan y el vino. Desde aquella cena, en la celebración Eucarística está la memoria viva que nos une al amoroso acto salvador de Nuestro Señor. En la Eucaristía, por ser un memorial comunitario y vivo, compartimos el nuevo éxodo, nos liberamos del aislamiento en que nos sumerge la preocupación por nosotros mismos, nos hace  plenamente humanos y solidarios, tal y como Dios quiere que seamos.

San Juan dice que nos unimos a Jesús cuando le dejamos lavar nuestros pies, cuando lo recibimos y dejamos que nos refresque, que nos renueve, con su palabra y su pan y vino; cuando aceptamos compartirlo, imitando su gran acto de servicio amoroso. Si aceptamos el regalo lo debemos aceptar como un valor a poner en práctica en nuestras vidas.

Lo que Jesús hace por nosotros en su pasión nos muestra cómo vivir. Debemos vivir del mismo modo como vivó Jesús, "para" Dios y para los demás. En el: “Hagan lo que yo hago”, hay una estrecha relación entre Jesús lavando los pies a sus discípulos y la de los discípulos yendo a lavar los pies de los demás. Si la Eucaristía es el lugar donde el Señor nos lava los pies, la vida cotidiana es el lugar donde podemos lavar los pies de los demás, como sus siervos, siempre sirviendo. La Eucaristía nos lleva a la vida y la vida nos trae a la Eucaristía. La verdadera piedad eucarística debe llevarnos al servicio de los demás. Jesús, no solo partió el pan en la Eucaristía sino también lavó los pies de sus discípulos. Debemos seguir su ejemplo tanto en el altar de la Eucaristía y en el altar de la vida.

En el lavado de los pies, hay mucho más que un ejemplo de servicio humilde. En el acto del servicio amoroso está el corazón de la muerte y resurrección de Jesús. La verdadera "elevación" en el Evangelio de Juan es un acto de servicio amoroso. Juan lo pone claro cuando dice: Jesús sabía que había llegado la hora para pasar de este mundo al Padre. Estas palabras dejan en claro que lo que tiene que pasar es la pasión, muerte y resurrección de Jesús. ¿Podemos aceptar ese amor increíble de Dios?
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TOB - Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - Jueves Santo de la Cena del Señor
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Ex 12, 1-8. 11-14
En aquellos días, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: "Este mes será para ustedes el primero de todos los meses y el principio del año. Díganle a toda la comunidad de Israel: 'El día diez de este mes, tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos y elija un cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual pueda comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

Lo guardarán hasta el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los hijos de Israel lo inmolará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la puerta de la casa donde vayan a comer el cordero. Esa noche comerán la carne, asada a fuego; comerán panes sin levadura y hierbas amargas. Comerán así: con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del Señor.

Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados. Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas donde habitan ustedes. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando hiera yo la tierra de Egipto.

Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua' ".
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Salmo Responsorial: Salmo 115, 12-13. 15-16bc. 17-18 / (cf. 1 Co 10, 16)
R.  Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Levantaré el cáliz de salvación, e invocaré el nombre del Señor.
R.  Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos.
De la muerte, Señor, me has librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.
R.  Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre.
Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo.
R.  Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
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Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26
Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía".
Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él".
Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 13, 34
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Evangelio: Jn 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: "Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?" Jesús le replicó: "Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dijo: "Tú no me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Entonces le dijo Simón Pedro: "En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos". Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: 'No todos están limpios'.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan".
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TOB - Domingo de Ramos - Mira que tu Rey viene - Mc 14, 1–15,47

Is 50, 4-7: No me tapé el rostro ante los ultrajes
Salmo 21: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Flp 2, 6-11: Se humilló, por eso Dios lo ensalzó sobre todo
Mc 14, 1–15,47: (abreviado): Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
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Mira que tu Rey viene
Por muchos siglos el pueblo de Israel esperó al Mesías liberador, lo esperaban como un príncipe guerrero, fuerte, valiente. Nunca lo imaginaron venir como un Mesías que hablara de paz, de amor, de oportunidades; no imaginaban trayendo liberación, sanidad y Salvación. Jesús entra en Jerusalén en tiempos de mucha opresión, sin dignidad y mucha necesidad de liberación real. Jesucristo entró a la capital Judía como Rey humilde y Mesías de paz y un pueblo entusiasmado lo aclama con cantos de júbilo y esperanza. “Hosanna en las alturas bendito el que viene en nombre del señor “, Mc 11, 9. Por fin viene el Rey de Reyes, “ Bendito sea el que viene como Rey en nombre del señor”. Lc 19,38.

Cuando Jesús entra a la ciudad en un asno, (Mt 21, 1-5) anuncia que no es un mesías militar y guerrero. Los reyes y conquistadores Medos, Asirios, Caldeo y Romanos entraban en animales de guerra como los caballos, elefantes y camellos.

El asno ya era conocido antes que el camello y era una valiosa posesión de la gente de clase humilde, era uno de ellos y por eso también era muy popular entre los jefes religiosos del pueblo. El Asno era una cabalgadura noble, humilde sin aspecto agresivo ni militar. Entrar montado en un asno simbolizaba el cumplimiento mesiánico de las profecías, (Zac 9, 9).

Jesús sabe lo que el pueblo espera, por eso quiere dar un signo claro de que él no es un mesías guerrero sino más bien, viene a instaurar un reino distinto, no como los de este mundo. Por eso, pone de manifiesto su humildad al venir sentado como el común de la gente, como todos los judíos lo hacen cotidianamente. Mateo lo resalta cuando dice “Mira que tu rey viene a ti con toda sencillez, montado en una asna Mt 21, 1-5

Fueron nuestros dolores los que soportó

"Fue oprimido y afligido, no abrió su boca. Como un cordero, fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca "(Is 53, 7).

A los seguidores de Cristo, este texto de Isaías provoca una respuesta interior más profunda, al ver cómo se aplican al Hijo único y amado de Dios, y cómo él murió por todos nosotros. En las palabras de San Pedro ", sin haberlo visto que han llegado a creer en él, y por eso están ya llenos de una alegría tan gloriosa que no se puede describir" (1 Pedro 1: 8). 

Sin este amor sincero de Cristo, no somos sus verdaderos seguidores. No podemos decir que lo amamos completamente, hasta que no valoremos lo que él sufrió por nosotros.

Después de haber oído el relato de la Pasión no hay necesidad de explorar con tanto detalle los eventos allí descritos. 

Es bueno sí tener en cuenta que Cristo no fue ajeno a las dificultades, privaciones y sufrimiento, desde mucho antes de ese día final de su vida. "Siendo Dios", como dice San Pablo, desde que vino a la tierra, Jesús se despojó de sí mismo y asume la condición de siervo, se hace tan humano como nosotros (Fil 2: 6). 


Él, el Dios Altísimo, sufrió las penurias de los pobres, 
sin ni siquiera tener a veces un lugar donde reclinar la cabeza. 

Él soportó el hambre y la sed, y después de largos días rodeados por multitudes que buscan una cura, a menudo pasaba noches enteras en oración en las colinas. 

A pesar de su compasión con todos los que vinieron a él, soportó el odio y el rechazo, en particular de los fariseos y sacerdotes, que planeaba matarlo. ¿Cómo habrá sufrido por este rechazo y odio? 

En el “El rey Lear” leemos "Es más filudo e hiriente un hijo ingrato que el diente de una serpiente;" ¿Cómo se habrá sentido Jesús al ser rechazado por el pueblo que Él había elegido, por encima de todos los demás.

Tan terrible fue la lucha interna de Jesús cuando tuvo que enfrentar su propia muerte, que en el jardín, su sudor se convirtió en grandes gotas como de sangre que caían al suelo. Otro trago amargo fue el saber que uno de su propio círculo de los doce lo traicionaría, que la mayoría de los otros le dejaría, y que incluso el leal San Pedro juraría en repetidas ocasiones que no lo conocía. Pero lo más terrible de todo era ese sentimiento de haber sido abandonado por Dios, Su propio Padre. Pareciera que su espíritu interior se envolvió en una dura oscuridad que reflejaba la tenebrosa oscuridad que envolvía el Calvario cuando el final se acercaba. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

Esa cara tan cruelmente desfigurada era el rostro del Hijo de Dios. 
La frente chorreando sangre, las manos y los pies clavados en la cruz, el cuerpo flagelado y lacerado, el costado traspasado con una lanza: 
Eran la frente, las manos y los pies, el cuerpo sagrado, el lado de la Palabra eterna, hecha visible en Jesús. ¿Por qué tanto sufrimiento? Sólo podemos decir con Isaías: "Fue por nuestras rebeliones que estaba herido, por nuestros pecados, fue aplastado. 

En Él estaba el castigo que nos trae la curación, a través de sus heridas hemos sido recreados "(53: 5 ss).


Dios, Padre nuestro, 
Ayúdanos a vivir de tal modo 
que el sufrimiento de Tu Hijo por nosotros 
no haya sido en vano.

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Lecturas en Lenguaje Latinoamericano - TOB - Domingo de Ramos - La Misa 
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Primera Lectura: Is 50, 4-7
"El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento.

Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo.
El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba.
No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido,
por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado".
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Salmo Responsorial_ Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Todos los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen:
"Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre".
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros.
Mis manos y mis pies han taladrado y se puedan contar todos mis huesos.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados.
Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alábenlo; glorificarlo, linaje de Jacob, témelo, estirpe de Israel.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
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Segunda Lectura: Flp 2, 6-11
Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina,
sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
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Aclamación antes del Evangelio: Flp 2, 8-9
R.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Versión Corta: Mc 15, 1-39
Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Éste le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él respondió: "Sí lo soy". Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: "¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan". Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín. Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les dijo: "¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?" Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato les volvió a preguntar: "¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?" Ellos gritaron: "¡Crucifícalo!" Pilato les dijo: "Pues ¿qué mal ha hecho?" Ellos gritaron más fuerte: "¡Crucifícalo!" Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y comenzaron a burlarse de él, dirigiéndole este saludo: "¡Viva el rey de los judíos!" Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo.

Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir "lugar de la Calavera"). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada uno.

Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: Fue contado entre los malhechores.

Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole: "¡Anda! Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz". Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían: "Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos". Hasta los que estaban crucificados con él también lo insultaban.

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: "Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?" (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Miren, está llamando a Elías". Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: "Vamos a ver si viene Elías a bajarlo". Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: "De veras este hombre era Hijo de Dios".
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